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Cultura

Arte y tatuajes, el camino de Joaquín Villarino en California

Arte y tatuajes, el camino de Joaquín Villarino en California

Tiene 32 años y lleva 12 viviendo en Estados Unidos. Hace dos años abrió un tattoo studio que se ha convertido en un exitoso negocio que combina con su trabajo más íntimo como artista plástico.

Por: Sofía García-Huidobro | Publicado: Viernes 5 de abril de 2024 a las 16:07
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“¿Y por qué no?” Bajo esa pregunta retórica ha tomado varias de las decisiones, o tropezones, como dice él, que lo tienen viviendo en Estados Unidos hace 12 años. Desde que tiene memoria, le gustaba pintar, recuerda. Si había un rato libre antes de hacer las tareas, lo dedicaba a dibujar.

“Pero nunca fue tema ser artista cuando creciera, era sólo un hobby, un pasatiempo. En Chile todavía existe, o existía, esa idea de que como artista nunca vas a poder ganarte bien la vida”, comenta.

Joaquín Villarino Fresno es el tercero, nieto del reconocido periodista y académico del mismo nombre e hijo del presidente del Consejo Minero también tocayo. Su abuelo, cuenta, incluso inspiró su interés por el arte porque cuando chico lo veía pintar como aficionado. 

Finalmente entró a estudiar Arquitectura. Duró sólo dos años y dejó la carrera. Al poco tiempo, ya que no estaba estudiando en Chile, decidió partir seis meses a Estados Unidos a aprender inglés. ¿Por qué no? Primero tomó un curso en Boston y pasados los seis meses se fue quedando allá. Compartía una casa con varias personas y una de ellas se fue a vivir a San Diego, California. “Este amigo me llamó y dijo: ‘¡Vente para acá! Está todo pasando’. Así que agarré mis cosas y partí a San Diego”, cuenta. ¿Por qué no?

Vivió seis años en esa ciudad, trabajó en distintas cosas, desde garzón hasta conductor de carritos de golf. También estudió en un Community College y en la universidad San Diego State, donde sacó un Bachelor degree en Diseño Gráfico.

“Me pasó lo mismo que antes: qué voy a hacer con un título de artista. Opté por diseño gráfico, pero no sabía bien de qué se trataba y detesté la carrera. El computador no era lo mío, a mí me gusta ocupar las manos. Mi señora, que entonces era mi polola, me aconsejó que cursara ramos electivos de arte”, menciona el chileno.

Tomó clases de óleo y escultura. En su universidad se organizaban exhibiciones de arte y había todo un circuito del cual empezó a participar. Salió elegido el mejor pintor de la generación 2019 y empezó a vender sus primeros cuadros. “Se me fueron dando las cosas en todo lo relacionado con pintura, escultura, instalaciones”.

Define su estilo como abstracto con elementos expresionistas y algo de surrealismo. Algunos de sus referentes artísticos son Francis Bacon y Vasili Kandinsky, pero sobre todo el pintor chileno Roberto Matta, cuya influencia se aprecia en sus obras. Parte de su trabajo se puede ver en @joaquinvillarinoart.


Aprender en el camino
Al terminar de estudiar, decidieron mudarse a Los Ángeles a probar suerte. ¿Por qué no? Justo cuando se instalaron comenzó el Covid. “Cerraron todo. Estaba heavy la cosa. Echaban gente, nadie contrataba. Entonces me puse a pintar no más”, rememora.

Para generar ingresos trabajó como repartidor de comida de aplicación. Lo hacía en conjunto con su mujer; iban al supermercado, se repartían el pedido y luego hacían las entregas en auto. “Tocábamos el timbre y muchas veces ni nos abrían, todo se desinfectaba. Fue una locura”, apunta. Se propusieron generar una suma de dólares diarios. En la noche, pintaba.

En eso estaban cuando le llegó la invitación de Playboy Latinoamérica para participar, junto a otros 23 artistas, de un proyecto colectivo con una obra que hiciera referencia a la marca fundada por Hugh Heffner. Inicialmente el plan era montar una gran exposición, pero el coronavirus lo impidió. Sí se realizó una versión más pequeña en Los Ángeles y se publicó un libro. 

Durante ese tiempo también pintó murales: uno en las oficinas de Netflix, otro para Porsche y para una constructora estadounidense, menciona. “Eran proyectos gigantes. Estuve haciendo eso casi un año, pero es mucho trabajo, muy desgastador y no era tanta la plata”. 

Mientras pensaba en nuevas formas de ganarse la vida con el arte, un amigo le dijo: ‘Deberías hacer tatuajes. Te iría bien’. “Yo traía el tabú del tatuaje. Nunca se me hubiera cruzado por la cabeza ser tatuador, pero pensé ‘probemos’. ¿Por qué no?”.

Compró un kit completo por Amazon que además de la máquina incluye unas pieles sintéticas que sirven para practicar. Todavía había confinamiento y algunos amigos cercanos comenzaron a encargarle tatuajes. “Yo creo que de ociosos, porque estaban metidos en sus casas y querían una excusa para salir”, dice riendo.

Empezó a tatuar en su casa, a gente conocida. Como no tenía experiencia, lo hacía gratis: “Hasta que un amigo me dio una propina de $50. ‘Ya’, dije. ‘De ahora en adelante cobro’”.

Se compró una cama de masajes y la instaló en una de las dos piezas de su departamento. Abrió una cuenta de Instagram @villano_ink. “Nunca quise asumir o aceptar que iba a ser tatuador, pero se empezó a correr el boca a boca. Los clientes ya no eran tan cercanos, era el amigo del amigo del amigo. Yo no quería tener gente desconocida entrando y saliendo de mi casa, así que me fui a trabajar a un estudio de tatuaje”.

Después de un tiempo entendió que no quería seguir en ese formato; el ambiente era poco serio, “puro leseo para arriba y para abajo”, pero por otra parte el oficio involucraba buen dinero. Los valores de un tatuaje fluctúan según el estilo: si es trazo, sombreado o realista, explica. Pero estima que se cobra entre $ 250-$ 300 por hora. Un tatuaje grande puede tardar varias horas.

Las piezas más grandes, si es toda una espalda o un brazo completo, se cobran por el trabajo total. Considerando los números en cuestión decidió abrir su propio tattoo shop con un socio chileno estadounidense, Maximiliano Novoa. Villarino se encarga del management y la relación con los artistas tatuadores, y Novoa del marketing. 


El negocio de la tinta 
Encontraron una ex galería en el art district del barrio Culver City en Los Ángeles. Ahí es donde están las galerías de arte, muchas de las cuales cerraron por el Covid. “La primera vez que entramos al local dije ‘este es’”, afirma. Arrendaron el lugar, lo bautizaron Alium Tattoo Studio y abrieron las puertas en abril de 2022.

El flujo de clientela varía mucho estacionalmente, cuenta Joaquín: “En invierno pueden entrar dos o tres personas al día, pero en verano hasta 30. Es curioso porque en verano hay que cuidarse del sol, del agua, pero aún así la gente se tatúa más. Y generalmente las personas se tatúan más de una vez. Si haces un buen trabajo, te aseguras ese cliente para toda la vida”.

Como cualquier negocio, al principio costó. El primer año tuvieron una alta rotación de personal: “Hoy tenemos tatuadores de Turquía, China, Estados Unidos, Colombia, hay personas de todas partes y de culturas muy distintas. Tienes que aprender a lidiar con cada cultura. También toma tiempo hacerse un nombre. Este año nos ha ido súper bien”.

Desde el lado del marketing han realizado acciones de partnership con Tinder, una campaña que se llamaba Ink me Twice: “La gente postulaba y elegíamos a 20 ganadores para tatuarles sobre alguna pieza anterior dedicada a un ex amor”. Otra campaña fue con la empresa PetSmart. y en ese caso la invitación era a tatuarse a su mascota.

“Esas acciones son buenas porque te dan mucha publicidad y no sólo en Los Angeles. También concursó gente de otras partes de Estados Unidos, como Washington o Minnesota”. 

El estudio, describe, está dividido en tres partes: hay un área común con una recepción, sala de espera, diez sillas de tatuajes y dos estaciones. Luego un espacio de descanso para los artistas con sofás, cocina, PlayStation, gimnasio. Y finalmente una sala que Joaquín usa como su taller para pintar. Actualmente está tatuando menos y reparte su tiempo entre la administración del estudio y su trabajo personal de artista.

Acaba de embarcarse en un nuevo proyecto. “Este ha sido un año de introspección, de metamorfosis, por decirlo así. Hace un tiempo venía con la idea de dirigir una película o un cortometraje. Y este año dije: ya, ¿por qué no? Pensé en hacer algo relacionado con arte y se me ocurrió hacer una película de mi vida, contar mi historia, pero con un bailarín de arte contemporáneo. Puse un canvas gigante en el suelo de unos 20x20 metros, el bailarín se situó al medio y le fuimos tirando pintura. Cada etapa de mi vida está representada por un color diferente. Primero el azul, que representaba el nacimiento. Y así, la niñez, la adolescencia, el inicio de la adultez… Súper abstracto. El proceso lo filmamos y funcionó mucho mejor de lo que esperaba”, relata el artista.

La tela luego la cortó en siete piezas diferentes, de 10x2 metros, y va pintando sobre ellas. Está comenzando la tercera pieza y una vez terminadas espera montar una gran muestra, calcula que en agosto o septiembre, donde además se muestre la película y también fotos del proyecto.

Mantiene su relación afectiva con Chile, pero no tiene ninguna intención de volver a vivir aquí. Por el momento se queda junto a su familia en Los Ángeles, donde su mujer tiene además un nail studio, pero también han considerado trasladarse a Miami. ¿Por qué no?

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